EL ONCENIO DE LEGUIA
Es cautivador cómo un personaje esencial de nuestra historia como lo fue Augusto B. Leguía no mereció más el bautizo de avenidas, plazas, hospitales, monumentos. Su emblema se pierde en un silencio de letras e imágenes que no hacen sino preguntarme qué fue lo que pasó y cómo para que su inhumación fuera tan profunda. Me hace recordar el futuro de Alberto Fujimori, intérprete, también, de una década en Palacio; me lleva a asociar sus caídas y muertes, presos, luego enfermos, despojados del poder que por tanto tiempo y sin suspensión manejaron, algunos dirán que para bien, otros para mal.
Dictadores, enemigos políticos, presidentes, exaltados por unos, reprochados por otros, amplificadores, líderes ambos de mucho más que cambios ruptura con el viejo orden que transformaron el paisaje social, económico, urbano, estructural del país y su capital.
“Patria nueva” fue el lema de Leguía. Sin duda un narcosis no vuelto, aún, realidad. Lo difícil de nuestro país no hace sino enrostrarnos, lo difícil que es integrarlo. Multicultural, enrevesado, el Perú de carreteras que lleven desarrollo y promuevan la comunicación aún está en ciernes. La montaña no vendrá a nosotros, a no ser que la movamos.
Ya había sido presidente una vez, luego testigo, en su permanencia en Londres, de las innovaciones de una Revolución Industrial que deben haber impulsado poderosamente su carácter modernizador. Cuando vuelve al Perú, tiene esa visión como reto y a Estados Unidos de su lado: redibujar la infraestructura, acaso crearla, para que ese lema de “Patria nueva” no sea una promesa política sin apoyo. Entre los años veinte y los treinta, Lima es su laboratorio. Promueve, induce, establece, gesta, hace. Urbaniza la ciudad, creando avenidas y rompiendo el silencio de las antiguas haciendas.
El crecimiento de la capital durante su oncenio es acelerado; entre haciendas y fundos se crean barrios de clase saliente que ya cuentan con luz, agua y desagüe. Es el principio de las carreteras, de una Lima de arterias, de la ciudad del automóvil, por ello la de la libertad de movimiento. Eso hace nacer un nuevo estilo de auto, colorinche, festivo, veloz, aerodinámico en la medida de lo posible.
Si bien hay calles que llevan su nombre, ninguna en la zona histórica de la ciudad. Sus enemigos políticos se encargaron de borrarlo de nuestra historia, arrancando con la fuerza de un camión su busto de las raíces de la gran avenida y el pobre-rico país que lo hizo nacer, que lo vio ir, venir e ir.
MILIANO TEODORO THALIA